Hoy la chica sin nombre no tenía ganas de sonreír, no tenía motivos para ello. Las sombras de su existencia se erguían, amenazadoras e implacables, ante ella, tarareándole en silencio que nadie podría salvarla, que su chico del cambio no era más que una ilusión del fondo de su mente.
Ella intentó acallarlas gritándoles, una y otra vez, que ella era fuerte, que tenía a Daniel a su lado, y que todo se arreglaría...
Pero a pesar de la insistencia, aunque no dejo de luchar por tratar de insuflarse un mínimo de esperanza, la oscuridad la engulló por completo. Y es que dentro de los dominios del monstruo, ella no era más que un titere sin voz ni voto.
Una muñequita rota que jugaba a ser humana.
16/6/09
30/5/09
Besos que huelen a sueño.
- Anoche soñé contigo.
Esa nimia frase hizo que el corazón de Daniel comenzara a vibrar de manera frenética, bombeando descontroladamente sangre a todas las partes de su cuerpo, haciendo trabajar a su músculo motriz como si ese fuera el último segundo de vida que le quedara. Como si el mundo fuera a acabarse tras esa declaración.
- ¿Qué fue lo que soñaste? - consiguió preguntarle cuando en su cabeza dejo de retumbar el golpeteo de su pecho.
La chica sin nombre se mordió el labio inferior juguetonamente, dejando que el silencio se instalara entre ellos durante unos segundos, que los abrazara y hundiera dentro de su manto protector, y después suspiró con coquetería en el momento justo de fundir sus miradas.
- Que me besabas. Despacio, suavemente, entregándome tus suspiros y obligándome a derramar los míos propios - la chica sin nombre notó como los ojos de Daniel le recorrían los labios, una y otra vez. Deseando algo que no era capaz de pedir -, mientras que me prometías retazos de cosas irreales.
- ¿Qué cosas? - suspiró el muchacho, hundido por completo en la telaraña del hechizo que ella había tejido alrededor de él.
La chica sin nombre penetró en el fondo del alma de Daniel con el poder de su mirada marina y le asestó un último golpe certero al centro del alma:
- Que podría llegar a importarte.
Esa nimia frase hizo que el corazón de Daniel comenzara a vibrar de manera frenética, bombeando descontroladamente sangre a todas las partes de su cuerpo, haciendo trabajar a su músculo motriz como si ese fuera el último segundo de vida que le quedara. Como si el mundo fuera a acabarse tras esa declaración.
- ¿Qué fue lo que soñaste? - consiguió preguntarle cuando en su cabeza dejo de retumbar el golpeteo de su pecho.
La chica sin nombre se mordió el labio inferior juguetonamente, dejando que el silencio se instalara entre ellos durante unos segundos, que los abrazara y hundiera dentro de su manto protector, y después suspiró con coquetería en el momento justo de fundir sus miradas.
- Que me besabas. Despacio, suavemente, entregándome tus suspiros y obligándome a derramar los míos propios - la chica sin nombre notó como los ojos de Daniel le recorrían los labios, una y otra vez. Deseando algo que no era capaz de pedir -, mientras que me prometías retazos de cosas irreales.
- ¿Qué cosas? - suspiró el muchacho, hundido por completo en la telaraña del hechizo que ella había tejido alrededor de él.
La chica sin nombre penetró en el fondo del alma de Daniel con el poder de su mirada marina y le asestó un último golpe certero al centro del alma:
- Que podría llegar a importarte.
Las luces de la tarde languidecen imperturbables sobre un cielo límpido que por momentos se va tornando más y más oscuro, pero a Daniel eso no le importa. Él ya no está sentado sobre un frío banco, en mitad de una calle nevada, sino que ha sido transportado al mundo etéreo que regentaba su chica sin nombre.
Donde todo es posible con el poder de una simple mirada.
Donde todo es posible con el poder de una simple mirada.
Etiquetas:
Sueño; nervios; besos...
14/3/09
La ladrona de nombres.
- ¿Cuál es tu nombre? - le preguntó por cuarta vez Daniel, mientras que unos niños correteaban delante de ellos. Gritando. Saltando. Vociferando a la vida que estaban ahí e iban a comerse el mundo.
La chica sin nombre sonrió ante la pregunta continua, ante ese interés que demostraba Daniel por ella y que le resultaba tan extraño, pero a la vez tan adictivo. Dejó que el tiempo pasara, quería que él se impacientara por la respuesta, que buscara en el fondo de su mirada con ansia.
Justo cuando Daniel ya no esperaba respuesta alguna, en el mismo instante que asimiló, por completo, que ella no le respondería, su voz llenó el espacio entre los dos.
- No poseo ningún nombre.
- Todo el mundo tiene uno - se quejó levemente Daniel, tratando de apartar su embelesamiento.
- ¿Por qué debe de ser así?¿ Por qué todo el mundo tiene que regirse por las mismas reglas?
Aquel argumento le dejó sin palabras, mentalmente desnudo ante esa lógica tan diferente. La chica sin nombre se levantó del banco y, como si hubiera empezado una canción que sólo ella pudiera escuchar, comenzó a dar vueltas en una danza hipnotizante.
- Pero...es así - balbuceó él, sin ninguna esperanza de que fuera a surtir ningún efecto.
- ¿Y si me lo hubieran robado? - plof, plof, plof. El sonido acolchado que hacían las botas durante su baile le recordó a Daniel a un profundo quejido - ¿Y si una noche alguien hubiera venido a mi habitación simplemente para llevárselo?
- ¿Quién te lo quito?
- Una hermosa mujer en una fría noche de Noviembre. Lo metió dentro de su maleta y se marchó con él para no volver nunca más.
Daniel sabía que todo aquello no era más que una fantasía sacada de la mente de una chica que veía el mundo de una manera incomprensible.
Ella se paró y, con una sonrisa cristalina, dijo:
- Algún día me darás un nombre. Uno con el que solamente tú pronunciaras cuando estemos a solas. ¿Lo harás, chico del cambio?
- Sólo si tú me llamas Daniel.
La chica sin nombre sonrió ante la pregunta continua, ante ese interés que demostraba Daniel por ella y que le resultaba tan extraño, pero a la vez tan adictivo. Dejó que el tiempo pasara, quería que él se impacientara por la respuesta, que buscara en el fondo de su mirada con ansia.
Justo cuando Daniel ya no esperaba respuesta alguna, en el mismo instante que asimiló, por completo, que ella no le respondería, su voz llenó el espacio entre los dos.
- No poseo ningún nombre.
- Todo el mundo tiene uno - se quejó levemente Daniel, tratando de apartar su embelesamiento.
- ¿Por qué debe de ser así?¿ Por qué todo el mundo tiene que regirse por las mismas reglas?
Aquel argumento le dejó sin palabras, mentalmente desnudo ante esa lógica tan diferente. La chica sin nombre se levantó del banco y, como si hubiera empezado una canción que sólo ella pudiera escuchar, comenzó a dar vueltas en una danza hipnotizante.
- Pero...es así - balbuceó él, sin ninguna esperanza de que fuera a surtir ningún efecto.
- ¿Y si me lo hubieran robado? - plof, plof, plof. El sonido acolchado que hacían las botas durante su baile le recordó a Daniel a un profundo quejido - ¿Y si una noche alguien hubiera venido a mi habitación simplemente para llevárselo?
- ¿Quién te lo quito?
- Una hermosa mujer en una fría noche de Noviembre. Lo metió dentro de su maleta y se marchó con él para no volver nunca más.
Daniel sabía que todo aquello no era más que una fantasía sacada de la mente de una chica que veía el mundo de una manera incomprensible.
Ella se paró y, con una sonrisa cristalina, dijo:
- Algún día me darás un nombre. Uno con el que solamente tú pronunciaras cuando estemos a solas. ¿Lo harás, chico del cambio?
- Sólo si tú me llamas Daniel.
La chica sin nombre sonrió, feliz, y continuó danzando con más velocidad, a la vez que tarareaba una canción a la que Daniel no pudo evitar unirse.
Etiquetas:
Nombre; ladrones; tarareas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)